Novedades Instituto Superior Andrés Guacurarí

El comandante Andresito

(versión extendida)

La historia comienza en una noche oscura y tormentosa, en el año 1816. Un grupo de soldados portugueses avanza sigilosamente por el monte, guiados por un traidor que les ha prometido revelar el escondite del comandante Andresito, el líder de los rebeldes misioneros. Llevan antorchas, fusiles y espadas, y están decididos a capturar o matar al caudillo guaraní, que les ha causado tantos problemas.

Ahí está, señor -dice el traidor, señalando una choza iluminada por una fogata-. Ese es el campamento de Andresito. Está solo, con unos pocos hombres. Podemos sorprenderlo y acabar con él.

Muy bien, muchacho. Has hecho un buen trabajo. Te recompensaremos como te mereces -dice el capitán portugués, sonriendo maliciosamente-. Ahora, silencio. Vamos a atacar.

Los soldados se acercan a la choza, dispuestos a disparar. Pero cuando llegan, se encuentran con una sorpresa: la choza está vacía, y en la fogata hay un muñeco vestido con el uniforme de Andresito, con una nota que dice:

“Queridos amigos portugueses: Lamento decepcionarlos, pero no estoy aquí. Me he enterado de su plan gracias a un espía que tengo entre ustedes. Les agradezco el regalo que me han traído: este traidor que les ha engañado. Él les dirá dónde estoy, si lo torturan un poco. Les espero en el lugar que él les indique, con mis valientes guerreros. Vengan, si se atreven. Un abrazo, Andresito.”

Los soldados se quedan atónitos, y miran al traidor con furia. El capitán lo agarra por el cuello y le grita:

¡Maldito! ¡Nos has traicionado! ¡Dinos dónde está Andresito, o te mato!

No, no, por favor, no me hagan nada. Yo no sabía nada. Andresito me engañó. Me dijo que me daría tierras y dinero si les decía dónde estaba. Pero era una trampa. Él sabía que ustedes me seguirían. Me usó como cebo. Por favor, créanme. No sé dónde está. No sé nada -dice el traidor, llorando y temblando.

¡Mientes! ¡Confiesa, o te corto la lengua! -dice el capitán, sacando su espada.

¡No, no, no! ¡Socorro! ¡Ayuda! -grita el traidor, desesperado.

Pero nadie lo ayuda. Los soldados lo golpean, lo patean, lo cortan, y le hacen todo tipo de torturas, hasta que el traidor, al borde de la muerte, dice:

Está… está… en el cerro… en el cerro de la Cruz… allí tiene su fortaleza… allí los espera…

¿El cerro de la Cruz? ¿Estás seguro? -pregunta el capitán, incrédulo.

Sí, sí, seguro… vayan… vayan… y déjenme morir… -dice el traidor, exhalando su último suspiro.

Bueno, muchachos. Ya lo han oído. Vamos al cerro de la Cruz. Allí encontraremos a Andresito. Y lo mataremos. ¡Vamos! -dice el capitán, levantándose y ordenando a sus hombres que lo sigan.

Los soldados obedecen, y se dirigen al cerro de la Cruz, sin saber que caen en otra trampa de Andresito, que los observa desde lo alto, con una sonrisa burlona.

Ahí vienen, mis hermanos. Ahí vienen los invasores, los opresores, los enemigos de nuestra patria. Están confiados, creen que nos tienen acorralados. Pero se equivocan. Nosotros tenemos la ventaja. Conocemos el terreno, tenemos la estrategia, tenemos la voluntad. Y sobre todo, tenemos la razón. Luchamos por nuestra libertad, por nuestra tierra, por nuestra gente. No les tenemos miedo. Les vamos a dar una lección que no olvidarán jamás. ¿Están listos, mis hermanos? -dice Andresito, arengando a sus guerreros, que lo aclaman con entusiasmo.

¡Sí, comandante! ¡Estamos listos! ¡Viva Andresito! ¡Viva Artigas! ¡Viva la patria! -gritan los guerreros, levantando sus lanzas, sus machetes, sus arcos y sus flechas.

Muy bien, mis hermanos. Ahora, esperen mi señal. Cuando yo diga “fuego”, disparen. Y cuando yo diga “carga”, ataquen. Y no se detengan hasta acabar con todos ellos. Recuerden: somos los hijos de la tierra, somos los hijos de Artigas, somos los hijos de la libertad. ¡Vamos, mis hermanos! ¡A la victoria! -dice Andresito, levantando su espada.

Los guerreros responden con un grito de guerra, y se preparan para la batalla. Andresito espera a que los portugueses lleguen al pie del cerro, y entonces da la orden:

¡Fuego!
Los guerreros disparan sus flechas, que caen como una lluvia mortal sobre los portugueses, que no se lo esperaban. Muchos caen heridos o muertos, otros se dispersan o se cubren como pueden. El capitán portugués trata de reorganizar a sus hombres, y ordena:

¡Fuego! ¡Fuego! ¡Disparen a esos salvajes! Los portugueses disparan sus fusiles, pero sus balas no alcanzan a los guerreros, que están protegidos por las rocas y los árboles. Andresito ve que los portugueses están desorientados y asustados, y decide aprovechar el momento. Da la segunda orden:

¡Carga! Los guerreros bajan del cerro, corriendo y gritando, y se lanzan sobre los portugueses, que no pueden resistir el embate. Los guerreros los atacan con sus lanzas, sus machetes, sus puños y sus dientes, y los hacen retroceder, los rodean, los acorralan. Los portugueses tratan de defenderse, pero son superados en número y en valor. El capitán portugués ve que todo está perdido, y trata de escapar, pero se encuentra con Andresito, que lo enfrenta con su espada.

¡Andresito! ¡Al fin te encuentro! ¡Te voy a matar, maldito! -dice el capitán, furioso.

¡Capitán! ¡Qué gusto verlo! ¡Le voy a dar la bienvenida que se merece, infeliz! -dice Andresito, irónico.

Los dos se enfrascan en un duelo de espadas, que dura varios minutos. Se atacan, se defienden, se insultan, se burlan. Después de un duelo de espadas muy reñido, Andresito logró desarmar al capitán portugués y lo apuntó con su propia espada.

Ya está, capitán. Se acabó. Ríndase. Dígame dónde están sus refuerzos, sus armas, sus planes. Dígame todo lo que sabe, o lo mato aquí mismo -dijo Andresito, triunfante.

Nunca, Andresito. Nunca me rendiré. Nunca te diré nada. Eres un rebelde, un traidor, un salvaje. No mereces vivir. Mátame, si quieres. Pero no conseguirás nada -dijo el capitán, desafiante.

Está bien, capitán. Usted lo ha querido. Adiós -dijo Andresito, y le clavó la espada en el pecho.

El capitán cayó al suelo, sin vida. Andresito lo miró con desprecio, y le quitó su sombrero, su chaqueta y su medalla. Luego, se dirigió a sus guerreros, que habían acabado con los demás portugueses, y los saludó con alegría.

¡Mis hermanos! ¡Lo hemos logrado! ¡Hemos vencido a los portugueses! ¡Hemos defendido nuestra tierra, nuestra libertad, nuestra patria! ¡Hemos hecho historia! ¡Somos héroes! -dijo Andresito, levantando los objetos que le había quitado al capitán.

¡Viva Andresito! ¡Viva Artigas! ¡Viva la patria! -gritaron los guerreros, celebrando la victoria.

Andresito se puso el sombrero, la chaqueta y la medalla del capitán, y se acercó a la cámara, rompiendo la cuarta pared. Miró al público, y dijo con una sonrisa cómica y educativa:

Andresito, con la chaqueta y el sombrero del capitán portugués puestos, miró a sus guerreros con una expresión de triunfo y determinación.

«¡Mi gente! Esta victoria es solo el comienzo. Nuestra lucha por la libertad y la justicia apenas empieza. Debemos consolidar nuestro territorio, fortalecer nuestras defensas y unir a nuestro pueblo para resistir cualquier intento de opresión. Los portugueses no serán los únicos en buscar someternos. Debemos estar preparados», expresó con una voz firme y decidida.

Los guerreros asintieron en señal de acuerdo, admirando la energía y liderazgo de Andresito, sabiendo que debían mantenerse alerta ante cualquier amenaza futura.

Sin embargo, mientras celebraban su victoria, se escucharon ruidos a lo lejos. Un grupo de soldados españoles, aliados de los portugueses, se aproximaba al cerro de la Cruz. Andres, alertado por las señales de sus exploradores, comprendió que la batalla no había terminado.

«¡Prepárense, gente! La lucha continúa. Los españoles se acercan. Debemos estar listos para defender lo que es nuestro», exclamó Andresito, dando órdenes rápidas y precisas a sus guerreros.

Los misioneros se organizaron rápidamente, preparando trampas y estrategias defensivas en el cerro. Cuando los soldados españoles llegaron, se encontraron con una feroz resistencia. Las emboscadas, la determinación de los rebeldes y su conocimiento del terreno hicieron que la lucha fuera encarnizada.

Andresito, con su espada en mano, lideraba la defensa con valentía y astucia. Los españoles, sorprendidos por la ferocidad de los rebeldes, intentaban avanzar, pero cada paso era un desafío. La batalla se prolongó durante horas, con pérdidas de ambos lados.

Y porfin, despues de tanta lucha. Los españoles, exhaustos y diezmados, decidieron retirarse. Andresito y sus guerreros, aunque cansados, celebraron la victoria. Sin embargo, sabían que debían mantenerse vigilantes y preparados para futuros enfrentamientos.

Después de asegurar el cerro de la Cruz, Andresito convocó a los líderes de las comunidades para fortalecer la alianza entre los pueblos guaraníes y reforzar su posición ante las amenazas externas. Su habilidad para unir a la gente bajo un objetivo común hizo que su liderazgo fuera aún más sólido.

Con el tiempo, la resistencia liderada por Andresito se convirtió en un símbolo de lucha y valentía para los pueblos originarios de la región. Su legado perduró, inspirando a futuras generaciones a defender sus derechos y su identidad cultural.

Y así, la historia del comandante Andresito se convirtió en una leyenda, recordada por su coraje, astucia y determinación en la búsqueda de la libertad y la justicia para su pueblo.

FIN

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba